Dar las gracias
El post de hoy tiene que ver con
algo cotidiano y a la vez excepcional: “dar las gracias”.
¿Os suena la frase: “en esta vida
a mí nadie me ha regalado nada”?
No acabo de comprender el orgullo
que la suele acompañar. Si nunca nadie te ha aportado nada, tienes un problema.
Y si lo han hecho, pero no lo has valorado, tienes otro y creo que más grave.
Continuamente recibimos regalos,
ya sea en forma de favores, de tiempo, de palabras, de experiencias propias y
ajenas, de consejos, de ideas y de aprendizajes… Ya sé que a veces hubiésemos
preferido un cheque regalo y poder elegir, pero seríamos como aquellos niños que
pasan lista a los 20 regalos de los Reyes y se quejan de que falta uno.
En las reuniones se suele
agradecer la asistencia. Absurdo. Si convocamos, en la medida en que la
jerarquía suele “obligar” a asistir, ese agradecimiento inicial queda
absolutamente protocolario y para mí fuera de lugar.
Sin embargo, pocas veces
agradecemos lo que la gente realmente ha aportado con su participación en la
reunión. Algunas veces aportaciones positivas manifiestamente interesantes y/o generosas,
pero también algunas preguntas incómodas o advertencias que nos sacan de golpe
de la euforia, pueden en ocasiones ser un regalo no siempre suficientemente
agradecido. Dar las gracias genéricas no aporta valor, es humo, pero hay "regalos" en reuniones, que quedan huérfanos del reconocimiento público o privado que se merecían.
No hay que dar más las gracias,
sino mejor. Y eso sí, ser más creíbles cuando las damos.
Agradezco la inspiración de este post, a mi madre. Ella sabe por qué.
Agradezco la inspiración de este post, a mi madre. Ella sabe por qué.
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