Aquí tenéis la traducción del artículo que publicamos con mi hermano Jordi en l'Economic del periódico catalán El Punt Avui :
Carceleros y rumores
Hay un
refrán africano que me encanta que dice "se puede esconder el fuego, pero ¿qué
se hace con el humo?"
Es
comprensible, prudente e incluso responsable, que en puntuales y muy breves
momentos, las organizaciones puedan ser “carceleras” con el manejo de la
información. Se puede entender.
Pero todos
necesitamos sentirnos informados (no saturados de datos, que no es lo mismo) y
cuando esta información no llega, esa carencia la cubrimos intentando imaginar
qué es lo que ocurre “en realidad”…
Muchas veces sin mala voluntad, nuestro
cerebro decide “completar” la información de que dispone, dándole el máximo de
coherencia al tejido de datos que le han llegado.
Ante la
opacidad sospechosa, siempre aparece uno que oyó una conversación telefónica,
otro que vio a alguien muy preocupado, otro que ahora entiende por qué Juan no
mira últimamente a los ojos, otro que leyó más o menos que… y así hasta el
infinito y más allá. Por fin, todo parece cuadrar.
De modo que,
aunque se pueda esconder el fuego, antes de que el humo quizá haga suponer un
incendio de mayores dimensiones de las reales, sería conveniente reunir a los
equipos y dar la información que éste necesita. En caso contrario, atengámonos a
las consecuencias de la intoxicación por inhalación de humos tóxicos.
Otras veces
los rumores no son tan fortuitos ni responden a la búsqueda de coherencia para
rellenar las lagunas informativas, directamente son creados con objetivos mas
oscuros. También en esos casos, solo se desmontarán con una información
adecuada y transparente.
Las personas
(avaladas a veces por la cultura organizacional) pueden tener diferentes estilos
de manejo de la información, vamos a destacar dos de ellos: el carcelero y el
Santa Klaüs.
·
Carcelero
El que más rumores genera. Es aquel que se considera legítimo dueño de la
información que tiene y está convencido de que eso le da poder. Probablemente
porque sus escasos recursos y competencias personales no le permiten “convertirse
en imprescindible” de otra manera…
Estos personajes, para
justificarse y elevarse al altar de los héroes, se remiten a historias del
estilo “mineros africanos”
“Dicen que en algún lugar de África 6 mineros
trabajaban en un profundo túnel
De repente un derrumbe los dejó aislados.
Calcularon su situación: les quedaban unas tres horas de aire, máximo tres y media. ¿Podrían ser rescatados antes?
Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas y se tendieron en el suelo. Solo uno tenía reloj. Lo acribillaban a preguntas: ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? Cada pregunta agravaba más la tensión.
El jefe se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solo él controlara el paso del tiempo. Nadie haría preguntas, él avisaría cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj avisó de la primera media hora. La angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que la próxima vez que informara de la media hora, habrían pasado en realidad 45 minutos.
La tercera la dio casi una hora después… y así continuó “escondiendo la verdad”
Calcularon su situación: les quedaban unas tres horas de aire, máximo tres y media. ¿Podrían ser rescatados antes?
Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas y se tendieron en el suelo. Solo uno tenía reloj. Lo acribillaban a preguntas: ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? Cada pregunta agravaba más la tensión.
El jefe se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solo él controlara el paso del tiempo. Nadie haría preguntas, él avisaría cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj avisó de la primera media hora. La angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que la próxima vez que informara de la media hora, habrían pasado en realidad 45 minutos.
La tercera la dio casi una hora después… y así continuó “escondiendo la verdad”
Llegaron a rescatarlos a las cuatro horas y
media. Lo más probable era encontrarlos muertos.
Hallaron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... el que tenía el reloj.”
Hallaron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... el que tenía el reloj.”
No negaré que la historia engancha, pero bueno a parte de ¿cómo narices supieron que decidió voluntariamente engañarlos para salvarles la vida y no se equivocó de hora?. Esto no sirve de coartada para justificar que es mejor que tus colaboradores no se enteren de nada…
·
Por
último todos hemos coincidido con un Santa
Klaüs de la información que no solo piensa que todos deben saberlo todo,
sino que nunca se plantean si esa información tiene interés o utilidad para su
destinatario. Es “Don copia a”… Puedes morir asfixiado no ya en la mina, sino
bajo el peso de la información irrelevante que te llega.
Sin embargo
en caso de rumores, y de manera excepcional, es conveniente asumir este rol
para convencer de cuál es la verdadera situación. Y aquí la cantidad adecuada
de información a utilizar puede ser muy superior a la que normalmente
convendría.
No dejes que
el humo te impida avanzar.
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Tal vez podría haber una forma de crear contrarrumores que nos interesasen; pero en estos momentos, no se me ocurre cómo...
ResponderEliminarLos contrarumores controlados suelen iniciarse comentando al que se destaca en la organización por su incontinencia verbal y diciéndole previamente eso de "sobre todo no lo comentes con nadie..." ;)
EliminarUn abrazo
Curiosa la historia dels miners africans...
ResponderEliminarSi. Encara que de vegades "no quadrin", m'agradan aquest tipus d'història.
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